La segunda acepción del diccionario de la Academia describe la nostalgia como: “Tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida”. Tal vez el recuerdo de la Semana Santa quede muy bien reflejado en el concepto de una dicha perdida. La Semana Santa se vive como una dicha, una felicidad que se aproxima durante días en los que se atisba una plenitud completa del alma y de los sentidos, hasta que la primavera se rompa definitivamente con el primer nazareno. En ese momento, la dicha presentida se percibirá como un precipicio, consciente de que su llegada es su fin, la noche previa a la salida de la cofradía se vivirá con sabor agridulce, el dulzor de la certeza de la felicidad que reconocemos en los años y el sabor agrio que supondrá la cercanía que el tiempo marca hasta la última arriada del palio.
A partir de ahí la emoción de lo vivido se desborda durante unas horas, hasta que el cansancio rinda también al corazón. Después, con el amanecer del día siguiente sólo queda la nostalgia. Sólo nostalgia. Nostalgia cercana, la de las imágenes que irán reviviéndose poco a poco, recuerdos de una calle, de un rostro, de un momento, de... querer aferrarse a un tiempo pasado de gozo, que inexorablemente se marcha. ¿Cómo es el aire de una casa Hermandad el día después de la salida procesional?, se mezclan olores intensos que lo impregnan todo. La cera quemada, el desvaído empalago del incienso, la intensidad de las flores agotadas,... todo ello envolverá la tristeza de lo recién perdido. Si lentos pasaban los días durante la cuaresma, veloces correrán ahora alejándonos de la plenitud que supone la cofradía en la calle. Pasearemos el cansancio y la felicidad por el asfalto manchado de cera, inútilmente recrearemos imágenes y sonidos imposibles. Las fachadas de las casas hoy no nos devuelven sombras de capirotes, ni ecos de metales y tambores. Tiene que pasar un año.
Ahora, cuando los días ya delimitan una distancia de la última Semana Santa, los recuerdos comienzan a diluirse en la memoria que irá amalgamando los años. En ese momento es cuando lo vivido pasa a conformar la verdadera nostalgia, la imagen intemporal de un Cristo o una Virgen, de un paso en una calle, de una Cruz de Guía que se acerca o de un manto que se aleja. Ya dará igual el tiempo, lirios o claveles, claveles o rosas, bordados o terciopelos lisos. Esa nostalgia no reparará en detalles, sólo en emociones. Mi Domingo de Ramos son emociones, mi Semana Santa son emociones. Nuestra cofradía y nuestra Semana Santa serán emociones. La nostalgia se compone de la emoción de los recuerdos, no cabe la frialdad, no cabe la técnica.
La voz de un niño que, ajeno al calendario, pregunta impaciente -¿cuánto falta para el Domingo de Ramos?- será la misma voz que insistentemente venga a nuestra mente de vez en cuando para recordarnos la inmensidad de los sentimientos que el tiempo nos ha regalado. Con melancolía y con tristeza, eso dice el diccionario; pero con la inmensa dicha de la certeza que nos da saber que con el pasar de los días vendrá esa Semana que conforma y le da sentido a una vida entera, y volveremos a agarrar con todas nuestras fuerzas esa nostalgia de las emociones. La Semana Santa de la nostalgia trasciende la definición académica, porque no es un dicha pérdida, es una dicha reencontrada.
Articulo publicado en el períodico El Cabildo en junio de 2006