EL ESPEJO DE LA SEMANA SANTA
Francisco Robles
La Semana Santa de Sevilla es un espejo que atraviesa los siglos, un cristal donde se va reflejando la historia de la ciudad, y viceversa. Los acontecimientos históricos tienen su fiel reflejo en esta celebración que lo abarca todo, desde ese sentimiento religioso que adquiere una pureza que no se da en la mayoría de las liturgias celebradas al aire libre o bajo las bóvedas del templo, hasta el costumbrismo que mana de la vertiente cívica de la fiesta. Tan es así, que Roma deja su huella en las cofradías de barrio que lucen esos plumeros tan sevillanos aunque en esa época no hubiera Semana Santa.
Las cofradías, que vertebran la ciudad hasta el punto de confundirse con ella, se han ido fundando a lo largo de los siglos por circunstancias muy diversas que siempre tuvieron relación con el momento histórico en el que vieron la luz. No es casual que muchas hermandades se fundaran a mediados del siglo XVI, cuando Sevilla era puerto y puerta de Indias, cuando esta ciudad se había convertido en la metrópoli de Europa. Las circunstancias históricas también ayudaron a la fundación de la Hermandad de La Paz o del Porvenir, que como decía Núñez de Herrera, en esto también hay sus opiniones. La Paz se funda al finalizar la guerra civil, el hecho histórico más desgraciado de la historia contemporánea de la ciudad. La Semana Santa sufrió los rigores del conflicto tras una década convulsa en la que hubo años sin procesiones en la calle. Se quemaron iglesias y conventos. Y algún día se estudiará, sin los prejuicios de la media memoria histórica, la identificación de las imágenes con el pueblo durante aquella época. Como bien señala David Feedberg en su imprescindible libro “El valor de las imágenes”, el iconoclasta que destruye un icono le da una importancia que en algunos casos supera a la que le confiere el devoto. ¿Por qué? Muy sencillo. La persona que profesa devoción a una imagen sabe –o debe saber, que es distinto- que se encuentra ante un icono que representa a Alguien que está más allá. El iconoclasta, por el contrario, cree que al destruir el símbolo se carga el concepto, ya que no va más allá del significante. Para él, la Virgen es la imagen de madera, y el Cristo es el crucificado que ha salido de un taller barroco. No hay nada más. Este no es el tema del presente artículo, pero apuntado queda para que alguien lo retome con valentía y rigor.
Aquella Semana Santa popular de los felices años veinte pasó por la mencionada década convulsa de los treinta, y llegó exhausta a los años que dieron inicio al franquismo. La Semana Santa se convierte en una fiesta más oficial, más severa, menos espontánea. O eso pretenden los dirigentes de la época. En lo literario se observa perfectamente este cambio. Un ejemplo muy concreto. Rafael Laffón publica antes de la guerra un delicioso libro: “Ditirambo de las cofradías de Sevilla”. Cuando termina la contienda, Laffón reedita su obra pero le cambia el título: “Discurso de las cofradías de Sevilla”. Ditirambo sonaba a Dioniso, el dios griego que encarnaba el gusto por la fiesta carnal. En la primera edición aparecen unos nazarenos de la Macarena ebrios de alcohol. En el libro que dio a la imprenta tras corregirlo, los nazarenos ya estaban sobrios… Con esto se dice todo.
Después de la guerra civil ya no se escriben libros tan llenos de gracia popular como “Sevilla: Teoría y realidad de la Semana Santa”, obra maestra de Antonio Núñez de Herrera. Ni salen a la calle esos libritos deliciosos que llevan el aroma del incienso mezclado con el serrín de las tabernas, como la colección de sonetos que lleva el título de “Lirios y claveles” y que se debe a la enigmática firma del Bachiller Fulano de Tal. Tampoco se registran esas crónicas vibrantes de escritores extranjeros como el argentino Roberto Arlt, ni aparece el surrealismo de su paisano Oliverio Girondo. Habrá que esperar unos años para que se acerque el británico Charles David Ley y vea la Semana Santa de la privilegiada mano de Rafael Montesinos: el resultado es un poema de gran calidad literaria que retrata una Semana Santa popular que persistió a pesar de las prohibiciones de la época.
Y es que la Semana Santa es, al final, lo que el pueblo sevillano quiere que sea. Han pasado los años y ahí están las cofradías. Libres de las adherencias del pasado. Como las imágenes, que a pesar de los años parecen recién salidas del taller de la memoria. Este año se cumplen los setenta de la hechura del Cristo de la Victoria. ¿De qué Victoria? De la que aparece en el sudario que pende de la cruz de la Canina: “Mors mortem superavit”. El Moreno del Porvenir, como lo llaman los iniciados en las claves populares de la fiesta, sale cada Domingo de Ramos como el sol: para todos. En realidad Él no cumple los años, porque es el Padre del tiempo. Los que cumplimos somos nosotros. O los ‘descumplimos’, si se me permite el palabro. Porque uno, que ya tiene más años en el debe que los que pueden restarle en el haber, vuelve a ser un niño cuando este Nazareno sale a la calle para enfrentarse directamente a la que tanto tememos y decirle cara a cara. “Muerte, ¿dónde está tu victoria?” Con minúscula. La mayúscula se reserva para Quien se la ganó como las buenas levantás: a pulso.
miércoles, marzo 10, 2010
70 AÑOS ENTRE NOSOTROS
Hoy, 10 de marzo, se cumplen 70 años de la bendición de la imagen del Señor de la Victoria, por ello nada mejor que reproducir el texto que Paco Robles escribe en el boletín de Cuaresma de la Hermandad de la Paz.
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1 comentario:
Fantástico.
Enhorabuena, por los años cumplidos y por la mejoría en lo deportivo.
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