Dios estaba azul como en el poema de Juan Ramón, y el cronista no tuvo más remedio que echarse a la calle con esa ilusión que le pone un nudo en la garganta: la corbata de estreno servía para disimularlo. Lloviznaba el azahar en la calle California, el sol se abría en Río de la Plata, los jardines de la iglesia de San Sebastián eran una alegoría de la infancia añorada.
Dentro, la emoción que terminó por desbordarse cuando el cronista se sintió partícipe del gozo. Las compuertas de la Semana Santa se abrieron a las 12:48, cifras que remarcaron el año en que San Fernando entró en Sevilla. El Moreno, como se llama Jesús entre los suyos, le puso el primer contraluz al Domingo: una salida digna de Caravaggio. Un costalero ciego estaba bajo el paso en el tránsito de la sombra a la claridad. Todo era de verdad. Por eso las lágrimas caían como goterones de cera. Por eso la agrupación musical de la Encarnación tocó De vuelta al Porvenir: ese regreso fue lo que nos remató por dentro. Volvían los que nunca se han ido del todo. El cronista confiesa que lo ha vivido, como Neruda releído entre azahares como cuchillos que cortaba con su olor. Y el cronista, que en esto de la Semana Santa es de todo menos frío y objetivo, no tiene ningún pudor al escribir que se limpió por dentro hasta quedarse como la Paz bajo el león del mediodía.
Francisco Robles (ABC de Sevilla, 29 de marzo de 2010)
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