lunes, mayo 01, 2006

Los nazarenos, siempre los nazarenos


Artículo publicado en la revista Sevilla Cofradiera en la Cuaresma de 2006


Han sido muchos, muchos los años en los que como nazareno fui perdido entre las filas que engrosan los tramos de la cofradía. Muchos los años en los que la música que acompañaba al paso no era más que un rumor lejano y un retumbar constante que hacía eco en los oídos bajo el antifaz. Había veces en los que la cofradía reposaba su caminar hasta desesperar a los muros de la universidad, el foso, como el muro de los maratonianos, el foso era un rato temible. Esos adoquines, que hoy me resultan un mero paréntesis entre la ciudad y su parque, se me aparecían como algo terrorífico a compartir con mis compañeros de filas, también con experiencia de parones inverosímiles para críos de 10 ó 12 años. Años en los que el tránsito por la gran avenida del parque, a los pies de las torres de la Plaza de España, se hacía una travesía inacabable con los pies del nazarenillo reconociendo sensaciones desconocidas.
Hoy, que los años me han llevado a las últimas parejas no olvido aquellas vivencias. Cuando cerca de los ciriales puedo volverme a gozar con el andar sobre los pies del inmenso canasto contemplando la mirada perdida de mi Cristo, también se me va el pensamiento a los nazarenos anónimos que llevan los senatus, las banderas o las varas de las insignia, para los que la música del paso sólo es un rumor lejano y el rostro que da imagen a su fe algo que no verá hasta llegar al templo; eso sí, con la satisfacción de portar las insignias de su hermandad que, a un tiempo, son los emblemas de un barrio en su día más grande.
El Domingo de Ramos el peso de los recuerdos lo llena todo, memoria de las salidas esplendorosas de sol castigador y cirios corvados o de las aciagas amanecidas de agua o carreras para guarecer la cofradía. Recuerdos que dan forma a la ilusión de ver llegar una nueva Semana Santa con la túnica blanca colgada esperando el momento de lucir los vuelos de la capa por las calles de los nombres indianos: San Salvador, Brasil, Río de la Plata o Montevideo. Los días previos el nazareno habrá pisado las mismas calles soñando la mano al pecho fijando el antifaz al rostro, dejando ver los siglos descritos por Rafael Montesinos. Premonición de un rito que ya es inminencia.
Cada año será un nazareno blanco el que en cada rincón de Sevilla anuncie que lo que se presentía por las tardes más largas en el Parque de María Luisa ha llegado y se ha hecho realidad. Sevilla más plena que ningún otro día. Nadie, que no lo haya vivido, se figura lo que se siente siendo “el primer nazareno”. Los niños corren a tu encuentro, desde los coches se vuelven señalándote, los camareros que sacan los primeros veladores a la calle se avisan -¡sal, que hay viene un nazareno!-, otros callan al verte pasar. Las figuras tanto tiempo ansiadas de los nazarenos, siempre los nazarenos, los nazarenos de la Paz, se hacen realidad por las calles.

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